La falta de lluvias y las variaciones extremas de temperatura están afectando de manera crítica a los agricultores de las provincias de Cotopaxi y Azuay, donde más de 600 hectáreas de cultivos se encuentran en grave estado. La sequía ha castigado fuertemente los sembríos de productos clave como maíz, papa, habas y fréjol, dejando a los agricultores en una situación de gran incertidumbre.

En Cotopaxi, las precipitaciones han sido prácticamente inexistentes en los últimos cuatro meses, lo que ha transformado los campos de cantones como Pujilí, Saquisilí, Salcedo y Latacunga en terrenos áridos y agrietados. En San José de Poaló, parroquia de Latacunga, 65 agricultores que sembraron 150 hectáreas de maíz en junio han visto cómo la sequía destruyó sus cosechas. Además, las temperaturas drásticamente cambiantes han agravado el panorama: mientras el termómetro marca hasta 22 grados centígrados durante el día, en las noches cae a menos de un grado, provocando daños en las hojas de las plantas que, en lugar de crecer, se marchitan.

La situación en Azuay no es muy distinta. En la parroquia Tarqui, perteneciente a Cuenca, los cultivos han sufrido por dos meses sin lluvias seguidos de 15 días de heladas intensas. Este clima extremo ha afectado gravemente a 4.000 agricultores que dependen de la siembra de maíz, papa y arveja. En total, se estima que 3.000 hectáreas de estos cultivos se han perdido, con las plantas incapaces de desarrollarse correctamente y los suelos agrietados por la falta de humedad.

En la parroquia San Joaquín, al sur de Cuenca, la historia se repite. Aproximadamente 800 agricultores dedicados a la producción de vegetales como brócoli, lechuga, espinaca, perejil y coliflor enfrentan pérdidas significativas, con unas 100 hectáreas de cultivos gravemente afectadas por la sequía. Aunque los agricultores han unido esfuerzos para recolectar agua de lagunas y pozos con la esperanza de salvar algo de su producción, la situación sigue siendo crítica.

Frente a estos desafíos, la falta de recursos para enfrentar las inclemencias del clima y la ausencia de infraestructura de riego adecuada complican aún más la recuperación de los agricultores. Mientras tanto, la preocupación crece ante la posibilidad de que las condiciones climáticas continúen deteriorándose, poniendo en riesgo la estabilidad alimentaria y económica de las familias que dependen de la agricultura en estas provincias.